NO ME VUELVO A PARAR EN EL CINE...

 COMO ANDAN...

 Ayer por la  noche, en mi rincón de lectura (asi lo he bautizado mamonamente) leia la entrada de @TaniaValladares,titulada: Asiento central en la séptima fila
en ejecentral.com.mx

Escrito que me llevo inmediatamente a recordar cuantas cintas pudieron forjar para nosotros épocas cargadas de simbolismos, anhelos y por que no, algunas penas... pero que también me hacen confirmar algo que desde hace tiempo me da vueltas en la cabeza:

...El cine ya no es lo que era antes...Sí, lo digo con todas sus letras.


Lo percibo ya: ahí viene el anticuado y retrógrada...estarán pensando ya, pero han de concordar al menos, que  hubo en cuestiones de salas y funciones, mejores tiempos...y esos tiempos ya no son sino que han sido.


No asisto a las salas de cine por varias razones. Una de ellas es el arribo de la tecnología a nuestras vidas, la otra, la pérdida de la intimidad. Entrar a una sala de cine y escuchar extravagantes timbres de celular justo a mitad de la función es algo que me desespera. Peor aún es el hecho de tomar la llamada ahí mismo. No exagero, (ocurrió hace un par de meses que asistí acompañando a Brendita, su sobrina Mireya y unas amigas en un cinema de Plaza Río) pues bien... una mujer lo hizo.


En la línea inferior de asientos, justo en frente de mí, la mujer contestó su teléfono, escuchó las quejas de sus hijas y luego las amenazó con no dejarlas salir de casa si no la obedecían. Mientras la sobrina de Brendita le arrojaba “Shhh's” al por mayor, la dama, impertérrita, continuaba su perorata. Luego, ante la insistencia de su marido, la mujer optó por levantarse de su lugar, bajar la escalinata y salir de la sala, mientras seguía discutiendo con las morras que de seguro mucho caso le estaban haciendo...


Mientras tanto, el alboroto nos había robado 7 minutos preciosos de un buen filme. Admito que no todo mundo llega a esos infames excesos de iniquidad y cinismo, pero al menos en cada función alguien debe de padecer la interrupción de un jodido celular.

Me parece, y espero no equivocarme, que esta época fomenta la neurosis no por el estrés laboral, la mediocridad de la mayoria de los contenidos de las televisoras nacionales, el clima de desasosiego económico, la incertidumbre ante la violencia o la vergonzosa actuación de los políticos, sino por la cercanía excesiva con los otros.


Vivimos en apretados departamentos de dos habitaciones, con paredes delgadísimas que se mofan de la intimidad; convivimos horas, en autobuses saturados en autos apretujados, con miles de guerreros como nosotros que sólo desean pasar un rato tranquilos; asistimos a embotellamientos cada vez más titánicos de manera harto frecuente; es claro, uno se vuelve loco debido a esta saturación de la otredad . Vamos, si en algún momento los teóricos más originales se avocaron a la reflexión en torno al Otro y la posibilidad de la apertura hacia él, ahora es tiempo de dedicar algunos buenos ensayos a todo lo contrario.


Aceptar que el otro, los otros, son ocasión de neurosis; el infierno mismo, diría Sartre.
Y el cine, como híbrido entre lo artístico y lo mercadotécnico, no podía mantenerse al margen de dicho aprisionamiento social. Las salas actuales tienen mayor capacidad, sí, pero irónicamente son mas pequeñas. ¿Qué significa eso? Que las filas se suceden unas a otras como piezas de dominó a punto de caer unas sobre otras. Que los asientos son más estrechos y que es casi imposible ¡subir los pies a la butaca del frente!

Este apretujamiento lo único que propicia es que estemos tan exageradamente cercanos que cualquier ínfimo detalle de los demás nos vuelva locos de ira. Así mismo, la disposición es maravillosamente propicia para ser vigilados por cualquiera. Los de arriba siempre miran a los de abajo, y los de abajo siempre miran a los de más abajo. Así mismo, todos son mirados por los vigilantes de la sala. Cuando, en tiempos pasados, la posibilidad de pagar un motel era lejana y, por la inexperiencia, la contundencia del deseo aún no emergía con fiereza, la sala de cine era el espacio idóneo para el toqueteo furtivo, el escarceo primerizo y la enseñanza erótica.


La experiencia sensualo-manual de cada individuo debía mucho a las salas de cine tanto como a las permanencias voluntarias. Si bien, en aquella época un potente catalizador del goce era el temor a ser descubierto, ahora, la sospecha principal es preguntarse quién nos está mirando.


Porque seguramente alguien o algo lo está haciendo. Vivimos en un tiempo voyeur y morboso. Admito que eso me gusta -soy un perverso-; pero también exijo que se respeten los derechos al “faje” cinematográfico, a la cachondería holliwoodense ¡chingao! Por eso ya casi no voy al cine, por eso no me gusta ir. Para algunos nostalgicos, sólo nos queda el rincón oscuro y alejado de la parte superior de cada sala. Ya no hay tantas facilidades pero uno debe de adaptarse a los tiempos.


....Así que por favor, no miren hacia atrás, específicamente en la parte superior de la sala, y apaguen sus celulares.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

", la sala de cine era el espacio idóneo para el toqueteo furtivo, el escarceo primerizo y la enseñanza erótica." no mmr! hahahahah ke pex?

Y peor aun eso de " Que los asientos son más estrechos y que es casi imposible ¡subir los pies a la butaca del frente!" Muy fino el asunto

vanessa dijo...

Hola!! me reí un rato leyendo esta entrada, me parece que las molestias por los celulares sonando en una sala de cine, se comparan con lo molesto que resulta para mi persona que las personas cercanas a mi asiento se la pasen especulando sobre la historia en pantalla en voz alta... de verdad, me molesta!!!
Saludos

Anónimo dijo...

Todo iba muy bien hasta que pasaste a defender el faje en las salas de cine, como si eso no fuera igual de molesto que alguien hablando por teléfono, no hace falta mirar hacia arriba, sólo escuchar, el ruido entre los asistentes es el problema, a coger a su casa!